Comentario
Capítulo XXXII
Que trata de lo que hizo el general Pedro de Valdivia preso a Michimalongo y apoderado en fuerte
Llegado Michimalongo ante el general, se anticipó como hombre avisado, a hablar al general con ánimo de señor y hombre de guerra. Y díjole en su lengua:
"Tata", que quiere decir señor, "manda a estos cristianos que no me maten más gente, porque yo ya he mandado a la mía que no peleen y les he mandado que vengan a servir".
Luego comenzaron a venir, rindiendo las armas en señal de vencidos porque es costumbre entre ellos, y Michimalongo tomando más ánimo, aunque no le parecía tener la vida segura, haciendo cuenta prometer largo para aplacar la ira y asegurar la vida, como dice el provervio: dádivas quebrantan peñas. Y fue cautela según después pareció, porque suplicó al general mandase a los cristianos que fuesen a la segunda plaza del fuerte, y que en ella hallarían a sus mujeres y dos talegas de oro en polvo, que según demostró habría media fanega. Y cuando fueron a donde el cacique les había mandado, no lo hallaron y trajeron las mujeres sin el oro.
Dijo Michimalongo que no hiciesen mal a sus mujeres y que él era su prisionero y que todo era suyo:
"A ti lo doy y a ti lo ofrezco, y de aquí en adelante te serviré como debo".
Respondió el general que él le daría sus mujeres sanas y sin ofensa, y con ellas el oro si lo trujesen, porque él no venía por oro, sino a que supiesen que habían de vivir en nuestra Santa Fe, y darles la obediencia y servir como los indios del Pirú. Y que haciendo de hoy en adelante esto, serían bien tratados y amparados él y sus indios e mujeres e hijos y haciendas. Y que supiesen que no se habían de alzar en ningún tiempo contra ellos. Y que haciendo esto, le perdonaba la guerra que le había hecho y el trabajo que le había dado. Por tanto que mirase y tuviese tino a servir bien de ahí en adelante, y que haciendo lo contrario, él y todos sus indios serían muertos, y que no les valdrían las sierras ni las nieves, ni aun esconderse debajo de la tierra.
En esta sazón allegaron las mujeres e hijos del cacique Michimalongo. Luego el general las mandó dar y entregar al cacique, y le dijo:
"Toma tus mujeres e hijos, y pésame porque no trujeron el oro para dártelo también, pues es tuyo, que yo al presente no tengo necesidad de ello. Búscalo entre tus indios que ellos lo tendrán escondido, y aprovéchate de él que yo no lo quiero".
Luego se salió el general con toda su gente fuera del fuerte y aquí se estuvo hasta que los heridos estuvieron sanos. En todo este tiempo fue bien tratado el cacique Michimalongo, el cual proveyó de maíz y algunas ovejas. Mandó el cacique a todos sus indios que sirviesen a los cristianos.
El cacique Michimalongo tenía noticia que cuando don Diego de Almagro vino del Pirú a esta tierra de Chile que le pidieron oro, y considerando que aquellos cristianos eran como éstos y pedían el oro, que también lo amarían y querrían. Considerando esta consideración [a]cometió e dijo al general:
"Tata, yo te quiero servir con cierta cantidad de oro que haré sacar, que no lo tengo sacado de las minas. Y para sacarlo tengo necesidad que me sueltes y que me des licencia". Y que si se le daba, señaló allí un atambor que le sacaría lleno, que al parecer cabrían en él más de ciento y veinte mil pesos.
De esto se alegró el general de las nuevas que le daba este cacique, porque era señal que lo había en la tierra, porque a las entradas en estas tierras nuevas, como no haya semejante metal van los españoles de mala gana, que si se volvió don Diego de Almagro de esta tierra, fue por haber dejado el Perú, tierra tan rica de plata y oro, y a esta causa se fue importunado de los suyos a que se volviese. Y como es metal tan codicioso y que por él vienen los españoles a estas partes más que por otra cosa, según pareció, fue cautela para dividir a los cristianos, pues viendo el general las nuevas que aquel señor le daba de las minas e como eran ricas, para informarse más cierto, despachó al capitán Francisco de Aguirre y Francisco de Villagran con cuatro soldados que fuesen a ver si era verdad aquella noticia que el cacique le daba.